Seamos francos (pero no mucho, que hay quien se lo toma al pie de la letra y así nos va): la vida adulta es una mierda. Tú y yo nos miramos y nos lo decimos sin mediar palabra, con la mirada, con esa ceja que se levanta lentamente en plan “si es que esto ya se veía venir”. Y no, no hemos sido engañados, porque ya había señales en el camino avisándonos de los peligros en forma de responsabilidades, miedos y traumas que iba a suponer el simple hecho de cumplir años. No sé como lo ha conseguido, pero el sistema nos ha llevado sin ser del todo conscientes a dejar las ilusiones a un lado para dedicar entre diez y doce horas al trabajo cada día, contando el tiempo que vas a la oficina a que tu jefe te vea (¡no vaya a ser!) reuniéndote con peña por Meet. Te sientes desilusionado e incluso un poquito imbécil, porque encima tu beneficio no da para muchas historias, las bolsas de patatas fritas son cada vez más caras, te ves obligado a ir al gimnasio para sacarte de encima la pena, y cuando levantas la cabeza ves que tu entorno no te puede ayudar porque les va incluso peor. Entonces, mientras te haces el primer café del día, empieza a sonar Caída libre, la gran canción de Leiva en la que colabora Robe y, de repente, se hace el silencio a tu alrededor. Te sientes como dentro de una de esas series ambientadas en un Madrid en el que no sabes si encajas demasiado, apagado por las circunstancias, sin saber si éste será tu último día en el trabajo o, si de un momento a otro, recibirás la llamada de tu vida, esa que lo cambiará casi todo. Echas un ojo a tu alrededor, ves cómo los vecinos empiezan a subir sus persianas, cómo la luz se va adueñando del entorno, y empiezas a preguntarte porqué dejaste de echar azucar al café, en qué momento te has obligado a madrugar los fines de semana y en cuándo fue la última vez que diste uno de esos largos paseos sin rumbo con tu cámara de fotos. Se van sucediendo canciones de Nadia Álvarez, de Andrea Santiago, de Merino, de Chica Sobresalto y, sin darte cuenta, te has apoyado en la encimera, calentándote las manos con la taza, esforzándote en disfrutar de ese olor dulce de la mañana, recordando que esta noche hay un concierto de Ultraligera en una sala en la que por suerte no habrá cobertura. Piensas en que ojalá ninguna sala la tuviera. Que sea la música, tú y las personas que quieres, dejándose la garganta y siendo tan felices como merecéis. Empieza a sonar Mejoras el momento de Carmen 113, siempre al rescate, y te dices en voz alta: menos mal que nos quedan las canciones, la música. Nos quedan tantos motivos para celebrar, que odio que se me olviden a veces. La música nos salva… y el café.
