Un buen día decides dar un paso adelante, grabando tu primer larga duración, y eliges la opción del mecenazgo para buscar apoyo y un empujón previo. A partir de ahí, la cosa se empieza a ir de madre, aparece una oficina con editorial que quiere apostar por tu trabajo, y tu planificación pega un volantazo que retarda algunas cosas e impregna de ilusión todo lo demás. La historia de Carla Lourdes y su disco El día que descubrí el lunar de tu oreja es digna de película. Compartimos un café en la madrileña zona de Delicias, mientras hablamos y examinamos el arte del CD.
¿Qué supone para ti un primer álbum?
Estoy sobrepasada de emociones. Es algo muy fuerte, ya no solo por el disco en sí, sino por todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos currado en casi dos años. Es un álbum que pasó por muchas fases: está financiado gracias a una campaña de crowdfunding para la que ya tenía unas canciones pensadas. La campaña salió increíblemente bien y, a continuación, tuve un bloqueo creativo bastante tocho. Sentía que lo que tenía para ofrecer no era suficiente. ¡La típica cosa que una tiende a pensar! Luego escribí La calma y se me pasó un poco, pero literalmente tuve que reescribir el disco. “Tiré” las canciones que tenía, las reescribí todas, nos pusimos a currar y cuando me quise dar cuenta surgió el fichaje por Esmerarte. Es una cosa muy loca, porque de repente todo se catapultó.
Cómo surge algo así con Esmerarte.
Con Kin había hablado varias veces pero nunca terminábamos de llegar a un punto en el que pudiésemos currar juntos, también porque es una oficina bastante grande que tiene mucho trabajo. No siempre hay sitio para más artistas nuevos, así que estaba en la situación de haber arrancado ya mi disco y tenía que decidir entre esperar a Esmerarte o seguir autogestionándome como hasta ese momento, pensando mucho en enviar cuanto antes las recompensas a la gente que había apostado por mí. Al final opté por esta segunda opción, precisamente porque no les quería hacer esperar, y a Kin le dije que yo seguía tirando por mi lado con la idea de que nuestros caminos se cruzasen en algún momento. Terminé el disco, se lo envié a él, también por deferencia, y le encantó. Y llegado un momento me dijeron “nos subimos al carro, salimos contigo”.
En estas nuevas canciones hay otra luminosidad, tienen otro cuerpo. Se refleja mucho tu evolución como artista.
He ido dando pasitos muy pequeños, todo ha sido muy paulatino, y me enorgullece que haya sido así. En el EP El querer de las flores caminaba más hacia el pop clásico que yo escuchaba por entonces. Mis letras es lo que más peso tienen en todo esto y encajar contenidos tan densos en otro tipo de estructuras que no fuese el pop o la canción de autor más clásica, era algo que me costaba un poco. Entonces arranqué con el pop, y ya después empecé a adquirir otras referencias. Empecé a conocer a otros artistas que me inspiraban mucho, y te das cuenta de que, por ejemplo, Xoel López te está contando un drama tremendo al mismo tiempo que está haciendo bailar a todo el mundo. ¡Yo quería eso! ¿Cómo puedo conseguir que estos temas tan intensos se puedan bailar desde el optimismo? Entonces empezamos a jugar con la producción, nos desplazamos un poquito más hacia el indie, hacia sonidos electrónicos, sintetizadores…

¿El bloqueo toma parte como temática?
Se funde todo en lo ecléctico. Antes del crowdfunding tenía el título del álbum, y de esa primera tanta de canciones solo queda El lunar de tu oreja, que cierra y termina dando nombre al disco. Esto es algo que me pasó de verdad: descubrí un lunar en la oreja de alguien que conocía desde hace bastantes años. Esa reflexión ya la tenía, pero las canciones no terminaban de casar, así que me lo terminé llevando todo a las emociones, conectando con un momento en el también estaba trabajando en mí, en quién soy. Con esa reflexión me fui a textos que empecé a escribir en pandemia hasta hoy. Era algo así como “Confesiones del día tal a la hora cual”, y me expresaba con una emoción que me sobrepasaba. Reconecté con cosas que había arrastrado hasta el día de hoy y que me lo ponían fácil a la hora de hacerlas canción. La moraleja es Equilibrio, que es la última canción que escribí y en la que acepto lo bueno y lo malo que ha supuesto el proceso. El propio trabajo del disco me llevó a escribirla.
Equilibrio es quizás la pista más completa a todos los niveles.
Desbancó a otra canción que estaba en el disco (que sé que recuperaré en algún momento). La escribí en agosto del año pasado, en un momento en el que el disco se estaba llevando a mezclar. Tuvimos que grabarla y producirla en un mes. Se está hablando mucho de la salud mental, del autocuidado, y eso es importante, pero al mismo tiempo estamos desgastando un poco el tema. Por ello quise hablar de ese tema desde mi perspectiva y sin forzarlo. Tuve una conversación con mi padre, porque estaba un poco rallada y frustrada, y me dijo: relájate, la felicidad son momentos. La felicidad es que te fuiste a tomar algo con tu amiga María, te lo pasaste guay, y tal día hizo el año. Quédate con esos ratitos, es imposible estar siempre contenta. Y es cierto: perseguir la felicidad como un estado constante es una locura. El momento en el que mejor estás no es cuando estás súper feliz, más bien lo es cuando estás en equilibrio, aceptando lo positivo y lo negativo, sin extremos. Girando en torno a eso, y a la idea – ya que también soy enfermera – de que las células se ponen en equilibrio (hay un proceso llamado homeostasis mediante el que nos regulamos), tiré de ese hilo y escribí mi forma de verlo.
¿La producción o los nombres propios varían al llegar Esmerarte?
La verdad es que he tenido mucha suerte con la gente que me he ido encontrando, cómo han aportado y cómo lo han vivido prácticamente como su proyecto. Pongo mi nombre y mi cara, pero hay detrás un conjunto de personas muy talentosas. Esmerarte ha acogido a mi banda y a mi gente súper bien, no han querido que cambiase nada. Más bien al contrario: desde dentro, con su gente, han querido sumar a lo que ya había. El disco ya estaba cuando llegamos a ese punto y ellos fueron clave en los formatos físicos. El vinilo, que es para mí un sueño absoluto, es casi inviable desde la autogestión. Ya el hecho de poder tener un libreto, el vinilo transparente… Esto era precisamente a lo que me refería cuando, tras el crowdfunding, quería que la gente tuviese la mejor versión de lo que yo podía hacer.
Y ese arte con las fotos, las tizas…
Nos lo pasamos muy bien con eso. La fotografía es cosa de Bárbara Ceballos, que es una crack. Prácticamente nada está editado porque ella tiene mucho control de la luz, trabajando con telas por delante del objetivo. Todo es manual, no hay nada hecho por ordenador: las fotos se parten, las pegamos a la pared de casa de Carlos y las volvemos a fotografiar. La letra de los títulos es mía y, en general, hice lo que me dio la gana pintando, escaneando, montando… Quería que se viese toda esa parte manual. Nos gastamos un pastizal en imprimir todas las fotos de la sesión y, aprovechando que Carlos – el diseñador gráfico – se acababa de mudar, aprovechamos una de las habitaciones vacías para llenar el suelo de fotos, clasificándolas por canciones. Disfruto mucho estas cosas, lo analógico, yo que sigo escribiendo todo a mano en una agenda. Y el prólogo es de Guada Guerra.
Este trabajo, su detallismo y sus vibras, recuerda a otros como el de Merino.
Pues mira, con Merino he sentido un poco de neurona espejo. Hemos sacado disco casi a la par, con cositas en común y sin saber los unos de los otros. Incluso tuvimos la misma idea de hacer un casting para un videoclip (Llena de pecados). ¡Parece que estamos pensando lo mismo en paralelo! Hay muchas cosas que comparto de ellos, me gusta mucho lo que hacen.
Y cuando pestañees, de repente te verás en escenarios de festivales.
Me ilusiona muchísimo además. No me pone nerviosa, supone un reto para mí y eso me encanta. En el caso del Portamérica la vida es tan loca de ponerme delante mi festival favorito. Empezamos con la broma de “¡ay, imaginad que Carla toca en el festival y ponen su cara en el chiquitren!” Y de repente las cosas suceden. ¡Dónde está la cámara oculta! (risas)
Hablemos un poco más de Llena de pecados y de cómo llevar esto a un festi.
En este aspecto, Raúl Ben (que es también el productor del disco) es clave porque hace muchas cosas en directo. Es una joya, sin él tampoco habría proyecto. Una de las cosas que me asustaba era no poder defender de manera orgánica todo lo que habíamos grabado. Que puedas ver cómo se está tocando todo lo que estás escuchando. Claro que lanzamos algunas cosas que son básicas, como el loop del principio de Llena de pecados, pero todo lo demás son arreglos de dos guitarras eléctricas a la vez. Todo hay que adaptarlo y queríamos ser fieles al disco ya en las presentaciones de Vigo y Madrid.
¿Y ahora qué?
No puedo pensar en nada más que no sea tocar el disco. Que la gente conozca las canciones, que me llamen para repoblar pueblos con mi música. Me da igual, iré a donde sea. Ya me vuelve a picar el gusanillo de escribir, que es buena señal, así que en breve también empezaré a compaginar ambas cosas.
